Plan infalible
Si viviera al otro lado de la calle, si tuviera un piso a los quince o veinte metros que separan tu ventana de la ventana del vecino de enfrente, un tercero un tanto antiguo en el que los chirridos de la madera bajo mis pasos descalzos se confunden con los lamentos de las viejas de los pisos inferiores, un tercero sin ascensor, exterior en barrio animado pero silencioso, pasaría los días trabajando duro, muy duro, de ocho a diez, jugaría al golf con mi jefe, pelotearía a las secretarias, aprendería idiomas, programación, sopas de letras e incluso mecanografía; vendría la ministra de trabajo a mi trabajo y me harían un molde a escala para ponerlo de ejemplo en las escuelas de negocios. Los fines de semana cogería otro empleo. Tomaría de nuestros padres prestado aquel tiempo en el que un hombre podría ostentar dos trabajos a la vez, y sería el guardia seguridad que resguarda los sueños de algún Imperio del Mal o el comentarista más emotivo del Carrusel De...